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Índice de Documentos > Boletín Euroencuentros > Número 22



El término egoísmo hace referencia al amor excesivo e inmoderado que una persona siente sobre sí misma y que le hace atender desmedidamente su propio interés. Por lo tanto, el egoísta no se interesa por el interés del prójimo y rige sus actos de acuerdo a su absoluta conveniencia.

Las personas no solemos ser una virtud de generosidad ni un continuo de comportamientos egoístas, más bien nos encontramos en un intermedio en el que nos movemos dependiendo de varios factores, entre ellos nuestro momento vital.

Muchísimas veces muchos nos hacemos la pregunta de: ¿soy egoísta si hago o no hago tal cosa? Esta cuestión surge cuando alguien nos hace una petición razonable y tenemos que valorar si accedemos o no, cuando acceder supone un coste o cuando se nos ocurren formas de ayudar que pueden o no ser desmedidas para la responsabilidad que tenemos. Seguro que nos han ocurrido situaciones en las que nos hemos hecho esa pregunta y, muy a menudo, la respuesta no es sencilla.

Un motivo común y egoísta para no prestar ayuda es el temor a mostrar debilidad, a intentarlo y quedar en evidencia al sentir que nuestra acción, en realidad, no sirve de mucho. Las personas en actitud egoísta sostienen el pensamiento de que su entorno intenta menospreciar su trabajo y potencial. Se caracterizan por ser poco constantes a la hora de seguir sus metas, pudiendo llegar a pensar que el éxito estará siempre de su lado, dándoles igual a quien tengan que quitarse de en medio en su camino para conseguirlo.

Este tipo de personas prefieren la crítica fácil y por la espalda. En el fondo, temen no tener razón y lo hacen desde la distancia para que la realidad no pueda estropear su idea de cómo tienen dibujado el mundo en su cabeza. Una de las carencias más importantes y notorias de una persona en actitud egoísta tiene que ver con la falta de humildad. La humildad es una virtud preciosa y humana, necesaria para crecer como seres humanos y personas sociables con nuestro entorno. Las personas egocéntricas únicamente taparán este potencial personal buscando resaltar y engrandecer sus logros.

Les da miedo arriesgarse, no consideran el fracaso porque nunca se exponen a él. Eso sí, no dudan en criticar, de forma dura y severa, cuando otros no consiguen aquello que pretenden. Son los primeros que te van a decir: “si es que ya se venía venir …”.

La insolidaridad es la actitud de indiferencia social de aquella persona que se deja llevar por el individualismo y mira hacia otra parte, evitando implicarse en asuntos sociales en los que puede aportar su granito de arena para la construcción del bien común. Muestra la distancia emocional de aquel que vive encerrado en su propia burbuja de confort para vivir pendiente de su propio ego.

No sólo puede mostrarse a través del plano material sino también mediante la actitud emocional. Por ejemplo, una persona puede no mostrar su colaboración hacia un amigo que está sufriendo un mal momento personal mientras que la solidaridad potencia la colaboración mutua y el apoyo recíproco por el bienestar del equipo. Por el contrario, la insolidaridad muestra la actitud de aquel que se evade de su responsabilidad ética como persona. Esta actitud puede ser puntual o prolongarse en el tiempo. Sin embargo, tiene consecuencias negativas a nivel personal, siendo una de las más importantes la soledad.

La indiferencia de las personas ante las necesidades o calamidades por las que puede estar pasando una persona o una comunidad en general. Ante estas cosas, no sólo hay que conmoverse y sentirse mal por las personas desafortunadas sino hacer algo al respecto. En lo que respecta a las grandes catástrofes, la población en general, suele reaccionar de forma positiva, al igual que los Gobiernos. La pobreza es uno de los grandes enemigos del desastre porque son los afectados que quedan en total desamparo y carecen de contactos y estrategias para hacer frente a lo que perdieron. Por otra parte, ante la posibilidad de riesgo de desastres, los Gobiernos deberían implementar protocolos de actuación, ya que estos establecen la forma de proceder ante cada actuación: qué tipo de ayuda se necesita en un momento determinado: no es lo mismo en un terremoto, un incendio forestal o una inundación.

En momentos de crisis, lo que se requiere es alguien que organice, determine y comunique cuáles son las necesidades. El problema surge cuando los Gobiernos improvisan y la sociedad se encuentra en una encrucijada de no saber qué hacer.

Por todo ello, vivimos en un mundo en el que la solidaridad no es moneda corriente, pero se conoce a nivel mundial que ante las grandes catástrofes la gente se vuelca a ayudar de manera de manera masiva, se trata de una expresión de solidaridad. El que no ha resultado afectado, se siente en obligación de colaborar con el que sí fue damnificado. Lo que nunca debe pasar en los desastres es que allí se diriman cuestiones políticas, lo que se traduce en que la ayuda llegue o no por dichas razones. En términos generales, Protección Civil, Bomberos, Unidad Militar de Emergencia, Fuerzas y Cuerpos de seguridad del Estado, etc. se encuentran preparados para afrontar eventos de este tipo, lo han venido demostrando con toda eficacia, en el transcurso del tiempo.

Domingo Pérez Auyanet