Europa tiene ciento veinte millones de personas jubiladas, lo que supone más del veinte por ciento de su población y, previsiblemente, en los próximos veinte años esta cifra se acercará al treinta por ciento. En España también se dan ratios similares, ya que con cuarenta y seis millones de habitantes, más de nueve millones de personas son jubiladas. Al propio tiempo está aumentando el nivel de desempleo que, en el caso de mi país, se sitúa en una tasa global del veinticinco por ciento, alcanzando hasta el cincuenta en la población joven que accede por primera vez al mercado de trabajo. Esto es un problema que, en menor medida, también afecta a la Unión Europea, donde el número de parados asciende a veinticuatro millones de personas, agudizándose entre la población joven. Son cifras que ponen en peligro el estado del bienestar, que con tanto esfuerzo se fue forjando en la Europa de postguerra, con instituciones que a lo largo del tiempo han contribuido a su desarrollo económico y social, desde la primitiva creación de la Comunidad Económica del Carbón y del Acero, pasando por el Mercado Común, hasta llegar a la actual Unión Europea, como espacio de convivencia donde nos encontramos todos. En los actuales tiempos de crisis, las políticas económicas de la Unión van orientadas a mantener la estabilidad de la moneda única, el euro, con la puesta en marcha de planes de austeridad y recortes del gasto público que inciden directamente en las prestaciones de servicios y en la calidad de vida de los ciudadanos. Entendemos que estas medidas deberían acompañarse de planes que fomenten el desarrollo económico, ya que pueden ser buenas para mantener el euro fuerte, pero también pueden llevarnos a un estancamiento de la actividad que nos impida salir de la crisis y retomar la senda del crecimiento. En España estamos sufriendo especialmente los efectos del programa reformista del Gobierno, que ha emprendido iniciativas en diversos ámbitos de actuación, como son: el saneamiento del sistema financiero, la legislación fiscal, el mercado de trabajo, la negociación colectiva, la mejora de la competitividad, las pensiones de jubilación, etc. Muchas de estas reformas están en marcha y, según voces autorizadas, como la del catedrático de Hacienda Pública Manuel Lagares, ya se aprecian resultados en aspectos como la mejora de la productividad o el comercio exterior. Pero creemos que todo esto, con ser importante y necesario para intentar salir de la situación en que nos encontramos, no es suficiente para encarar el futuro con optimismo. La crisis está teniendo graves consecuencias en todos los ámbitos de la vida ciudadana y la sociedad española está sufriendo grandes transformaciones; veamos algunos ejemplos: los recortes en educación están produciendo un deterioro irreparable en investigación y docencia; nuestros jóvenes titulados emigran a otros países en busca de oportunidades laborales que aquí no tienen; en sanidad, la seguridad social, uno de nuestros grandes activos que alcanzó prestigio internacional, atrayendo incluso a pacientes de distintos puntos de Europa en el llamado turismo sanitario, ha visto como la crisis se ha traducido en recortes presupuestarios, cierres de servicios y despidos de personal hospitalario. Otros sectores no han sido ajenos a los ajustes de plantillas, con prejubilaciones y expedientes de regulación de empleo, que incrementan las cifras de paro y las prestaciones económicas que han de resarcirse por este concepto, a la vez que disminuyen las contribuciones al fondo de pensiones común, lo que puede comprometer las futuras prestaciones de nuestro sistema de reparto. Si a ello añadimos el fuerte incremento de la presión tributaria que todos soportamos, nos encontramos ante un verdadero drama social en el que, hoy más que nunca, el núcleo familiar hace de amortiguador para permitir la subsistencia de todos sus miembros a veces contando tan sólo con un subsidio de desempleo o con una pensión mínima para mantener a la familia.
Ante este panorama de empobrecimiento general, donde resulta patético ver cómo se producen desahucios de viviendas por imposibilidad de pago y como la mendicidad aflora cada vez más, podemos observar el malestar ciudadano que ya se manifiesta en las calles y, si miramos con un poco de perspectiva, veremos que nos encontramos al final de una época, de una etapa histórica: que ya no se trata únicamente de salir de la crisis sino que es preciso superar el actual modelo económico, ya que se están socavando los cimientos de la convivencia pacífica. Creemos que es perentorio avanzar en la construcción de una Europa más social, poniendo coto a este neocapitalismo salvaje que imponen los mercados y caminando hacia una sociedad más justa e igualitaria, dando un salto cualitativo en nuestro modelo de Unión. Afortunadamente, la generación de nuestros hijos está muy bien preparada y tiene un gran potencial para enfrentarse a las dificultades sobrevenidas; los jóvenes son gente noble y capaz que está viviendo la dura realidad actual y, aunque ciertamente no lo tienen fácil, estamos seguros de que sabrán salir adelante cambiando las estructuras necesarias para ganarse el futuro, construyendo una sociedad más avanzada y solidaria, basada en un nuevo modelo de relaciones y de convivencia, donde todos sus componentes ocupen un lugar digno y se sientan ciudadanos de pleno derecho en una Unión Europea renovada. Mientras tanto, a nosotros los mayores nos cabe la labor de contribuir en este empeño colectivo, siendo el sostén familiar que aguante estoicamente la adversidad, que resista los reveses de la crisis, siguiendo el ejemplo de nuestros propios padres, que también vivieron tiempos ciertamente difíciles y supieron superarlos a base de austeridad, esfuerzo y tesón. Además de transmitir estos valores humanos, nosotros, como componentes de la sociedad civil, tenemos también espacios propios de colaboración activa, para participar en iniciativas ciudadanas y elaborar propuestas como las que debatimos en nuestros Euroencuentros, que se canalizan para hacer llegar nuestra voz hasta el Parlamento Europeo. Como jubilados, son múltiples las posibilidades que se nos abren para participar en la sociedad, emprendiendo actividades como el acceso a la Universidad de Mayores para la ampliación de conocimientos o el aprendizaje de nuevas tecnologías, acometiendo acciones de voluntariado y solidaridad, realizando tareas de asesoría y apoyo en proyectos de jóvenes emprendedores o promoviendo el debate intergeneracional sobre temas de interés general, como hace el foro que anima el infatigable Francisco Bernabéu, uno de los ilustres fundadores de nuestra Agrupación, hace ahora veinte años.
En suma, se trata de mantener una posición activa en la vida social y cultural de nuestro país, aportando nuestra experiencia a la vez que nos enriquecemos intelectualmente. También solazándonos y disfrutando de nuestro tiempo libre, por qué no, a la vez que contribuimos modestamente a la construcción de esa sociedad más ética, justa y equitativa, a ese nuevo mundo mejor en el que los mayores sin duda nos hemos ganado un puesto digno por derecho propio.
FRANCISCO RAMÍREZ MUNUERA Tossa del Mar, Abril de 2013