No basta con decir «Europa, Europa» para que la crisis se volatilice como por arte de magia... La violencia de esta crisis, que tiene su origen en los Estados Unidos, ha puesto de manifiesto la fragilidad de la construcción europea, por no hablar de su irracionalidad. Este magnífico proyecto que se elaboró tras un conflicto espantoso quiso unificar sin poder, no obstante, imponer las obligaciones inherentes a dicha acción. Carentes de una voluntad real para dirigirse hacia una completa integración económica y financiera, y a pesar de la creación de una moneda única, los dirigentes han dado preferencia a las aspiraciones nacionales en detrimento de las exigencias comunitarias. El impacto de la crisis en la capacidad financiera de los estados miembros ha puesto de relieve la existencia de situaciones heterogéneas en el interior de Europa. Debido a la importancia de la deuda, a las reformas estructurales ya emprendidas, a la solidez de los bancos, al peso del gasto público, a los resultados del comercio exterior, a la capacidad del aparato productivo...los países de la Eurozona han presentado situaciones tan contrastadas que se ha acabado por establecer una clasificación oficiosa de buenos y malos alumnos, y se ha dotado a los «buenos» de un sentimiento de superioridad sobre los «malos» a los que, a su vez, se les ha exigido esfuerzos sin precedentes. Después de esto, no es de extrañar que aquí y allá haya voces, movimientos y partidos políticos que rechacen que la austeridad casi se haya erigido como un modelo de vida, y que los esfuerzos que se piden no vengan acompañados por un proyecto que traiga esperanza. Sabemos que, más que un cambio de ciclo económico favorecido por los excesos de un capitalismo financiero codicioso, la crisis es también el resultado de un mundo que cambia y se transforma: de un mundo que ve como su centro de gravedad se está desplazando hacia el este, algo que tienen que entender los occidentales que han perdido el monopolio del poder absoluto. Esta globalización puede dar miedo, pero no deja de ser una realidad ante la que los franceses oscilan entre una visión angelical y la diabolización. En un panorama de completa desmembración, ¿cuál será el peso de cada uno de los estados miembros de la Unión Europea ante el resto del mundo? ¿A qué precio se negociarán los préstamos? ¿Cómo reaccionarán los inversores y los mercados? ¿No se convertirá cada estado en una presa fácil para los financieros sin escrúpulos? ¿Está garantizada la paz entre los pueblos de Europa? Como la unión hace la fuerza, esperemos que el conjunto de los estados miembros dé muestras de lucidez y de valor para hacer caso omiso de los egoísmos nacionales, para aceptar el nuevo reparto de la soberanía y para ser capaz de tener una visión geopolítica a largo plazo. Las posibilidades de Europa son reales, siempre y cuando las luchas partidistas no afecten a la solidaridad y los pueblos recuperen la confianza gracias a un proyecto común. Esta Europa, en la que el componente humano tiene que ocupar el centro de sus preocupaciones, está caracterizada, al igual que el conjunto de países desarrollados, por el envejecimiento de su población. Según las previsiones, de aquí al 2050, el porcentaje de personas mayores de 60 años va a pasar de un 20 a un 30% de la población. Como consecuencia, habrá que innovar para asegurar de forma progresiva un entorno adaptado a todas las edades. De hecho, más allá de los imperativos técnicos y financieros (equilibro de los regímenes de las pensiones y de las cuentas sociales, financiación de la dependencia, etc...), el envejecimiento demográfico modifica las estructuras según la edad, transforma en profundidad las relaciones intergeneracionales y afecta de forma progresiva a todos los sectores de la sociedad. No es una coincidencia que el año 2012 haya sido declarado Año Europeo del Envejecimiento Activo y de la Solidaridad Intergeneracional. El envejecimiento activo se define como un proceso que consiste en optimizar las oportunidades de salud, de participación y de seguridad con el fin de mejorar la calidad de vida a medida que se envejece. Permite que las personas alcancen sus posibilidades de bienestar a lo largo de su vida y que participen en la sociedad según sus necesidades, deseos y capacidades, proporcionándoles al mismo tiempo la protección, la seguridad y el apoyo que necesitan. Por su parte, la solidaridad intergeneracional hace alusión a un apoyo mutuo entre los diferentes grupos de edad para poner en marcha una sociedad que permita a las personas de todas las edades aportar su contribución, según sus necesidades y capacidades, así como beneficiarse de los progresos económicos y sociales de su comunidad. Debido a su gran número, los jubilados constituirán un grupo imprescindible en la Europa del mañana. ¿Asistiremos al nacimiento de un «poder gris» capaz de movilizarse en caso de necesidad para hacer que sus derechos se reconozcan, sin perjudicar por ello el equilibro intergeneracional? La fragmentación de las asociaciones de jubilados que se observa hoy en día en Francia no ayuda a defender la creación de este casi contrapoder, y esa dispersión intolerable favorece los intereses de los poderes públicos que con demasiada facilidad consideran que los jubilados son pudientes por el simple hecho de que gozan de un patrimonio mayor que el de las personas activas después de trabajar toda una vida...Los jubilados no deben ser considerados como unos egoístas insensibles a los esfuerzos que se piden al conjunto de los ciudadanos. Son ciudadanos responsables que se implican de forma voluntaria en el tejido social, y que a menudo constituyen el recurso familiar en caso de situaciones graves provocadas por el contexto económico. Hay que recordar esta evidencia para que los jubilados no sean objeto de ninguna discriminación, tanto en el plano social como económico. Por no haber tenido el valor de armonizar alrededor de una moneda única las políticas fiscales y sociales, los dirigentes de la zona euro han tenido que vivir situaciones muy dispares: nivel de imposición, sistema de pensiones, edad de jubilación, cobertura social de la dependencia...Como cada uno ha tratado de forma diferente problemáticas similares, los jubilados europeos no pueden tener la sensación de pertenecer a una misma comunidad. Por todo ello, el lugar que ocupen los jubilados en la Europa del mañana estará estrechamente relacionado con las decisiones tomadas para conciliar las políticas de protección social. Esperemos que las esferas de poder sean conscientes del envejecimiento de la población y lleguen a un acuerdo sobre los objetivos comunes para garantizar a todos los conciudadanos afectados una jubilación digna y decente.
Jean-Yves MARTIN Presidente de la Federación Francesa