Agrupación Europea de Pensionistas de Cajas de Ahorros y Entidades Financieras

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Índice de Documentos > Boletín Euroencuentros > Número 17



En el mundo convulsionado de hoy, la crisis europea presenta rasgos distintivos que, en mi opinión, la convierten en un fenómeno particular, distinto de las restantes epopeyas mundiales, pese a las condiciones de globalización. Y, sin embargo, el eslabón original capaz de adentrarnos en la naturaleza  de esta crisis europea se halla en el primer fenómeno económico de repercusión mundial: El crac de la bolsa de Nueva York en el 29. Sus desastrosas consecuencias económicas, tienen una repercusión nefasta en la Alemania de la República de Weimar que está sufriendo, en esos momentos, el cierre en falso del otro primer acontecimiento a nivel mundial, esta vez político y militar: la primera guerra mundial. Europa estaba aun muy lejos de saber que Europa podía existir.

Se dice en español: “Lo que mal empieza, mal acaba”. Fue preciso el segundo cataclismo mundial, para que la idea globalizadora empezara a surgir en la mente lúcida y generosa de algunos hombres europeos. No solo se limitaron a clamar un potentísimo ¡¡”BASTA YA”!!  Anclados en el convencimiento de que Europa no era el problema, sino mas bien la solución, gentes de la talla moral y política de Konrad Adenauer, Paul-Henry Spaak, Robert Schuman, Alcide de Gasperi o Jean Monnet, entre otros, apuestan sin titubeos por fundar EUROPA, promoviendo eficazmente su primer peldaño: la reconciliación continental.

Por eso estamos nosotros aquí. Por eso existe en estos momentos la Agrupación. Por eso, una de nuestras obsesiones en estos momentos de crisis es la presencia activa y solidaria de cuantos más europeos posibles entre nosotros. Sí; estamos en crisis. Europa está en crisis. Me gustaría sugerir, sin embargo, que lo más grave no es el problema económico, pese a ser gravísimo. Me gustaría plantear en el seno de la Agrupación, para que nuestras conciencias lo resuelvan, si es posible que exista Europa sin que exista una ciudadanía europea; si es posible Europa sin una conciencia europea; si es posible Europa sin saber con claridad a qué aspira Europa y qué defiende Europa.

Una colectividad de ciudadanos se define por compartir y aceptar, sin reticencias de ningún tipo, un código común, unos principios claros capaces de constituir el ADN de su ser como colectivo. Pretender construir Europa sin contar con una conciencia europea, sin poder apoyarse en una ciudadanía europea, sin saber qué se defiende, para de esta forma vislumbrar un horizonte de futuro en el que sea más fácil decidir qué es lo que hay que hacer y cuáles son los caminos a seguir, es como pretender cocinar besugo al horno sin horno y sin besugo.

El origen de la crisis nos vino impuesta desde fuera, mediante la loca y aberrante conducta de quienes pensaban y piensan que el único principio básico de convivencia global es la libertad, entendiendo por tal la libertad de ganar dinero a costa de la explotación mísera de clases sociales, de países, de continentes; en suma: de la explotación del mundo. A esa minoría, en mi opinión despreciable, se les olvidaba a sabiendas que ya en 1789 junto a la libertad era ineludible la presencia de la igualdad y de la fraternidad. Sólo así, solamente apoyados en este firme trípode compartido sin reticencias ni titubeos es posible determinar con claridad los cauces del camino a seguir. Pero no basta con atribuir el origen de la crisis a una irresponsable gestión de la “Aldea Global” en buena parte impuesta desde fuera de Europa. La balbuciente, la titubeante Europa actual es también altamente responsable de asomarse en estos momentos al abismo del fracaso histórico.

Somos responsables de no haber desarrollado más que un pilar de integración y de unidad, el pilar económico, prescindiendo de que ese pilar está cíclicamente sometido a tensiones, a desbarajustes con coste irremediables luego, en términos de progreso social e histórico. Somos responsables de haber compartido hasta la saciedad que el único elemento común global, por tanto europeo, era la libertad de ganancia sin trabas, sin reglas, ni para los hombres ni para el planeta. Al no haber otorgado más que “migajas”, para que el pastel quedara bien, a los otros dos pilares ineludibles de la construcción europea, el pilar ciudadano y el pilar social, hemos estado sentando las bases la destrucción lenta y sistemática de lo que en un principio los Padres Fundadores de Europa tuvieron en mente.

Es el momento, pues, de que Europa diga alto y claro, de que los ciudadanos de Europa digan alto y claro qué defienden, cuáles son los elementos irrenunciables de su ADN, de su ser como europeos. ¿Defendemos que todos somos iguales y con idéntico derecho a compartir un mismo continente? ¿Defendemos que Europa constituye nuestra casa y que como tal es preciso llegar con urgencia a una libre y efectiva circulación de sus ciudadanos? ¿Defendemos que la mala gestión política y económica realizada con absoluta conciencia, que la prevaricación, el derroche, el despilfarro, la utilización de la política como medio rápido de enriquecimiento personal, ni pueden ni deben quedar impunes? ¿Defendemos que no somos propietarios sino inquilinos provisionales del continente y que por tanto somos responsables de las condiciones en que lo transmitiremos a las próximas generaciones? ¿Defendemos que es necesario compartir las riquezas materiales, naturales y espirituales sin que nadie tenga derecho a escabullirse en su creación, ni derecho a una explotación insolidaria? ¿Defendemos que para todo ello estamos dispuestos a crear un sistema educativo capaz de promover ciudadanos europeos conscientes y responsables de lo que implica esa ciudadanía? ¿Defendemos  y nos comprometemos a la urgente tarea de dotarnos de una Constitución que consagre por escrito aquello que creemos, aquello que defendemos y aquello que compartimos? ¿Nos comprometemos a tratar a las demás colectividades de ciudadanos, sean naciones, grupos de naciones o estados de conformidad con los principios que dan naturaleza a nuestra Unión?

Ante el espectáculo vergonzoso del muro de Berlín el Presidente John F. Kennedy tras afirmar: “Yo también soy Berlinés”, proclamó que el ser humano comparte, sea cual sea el rincón del mundo en el que viva, el derecho a vivir libremente y buscar libremente su felicidad, que ese derecho y los que de él se derivan no tienen otro límite que el más escrupuloso respeto al derecho de los demás seremos humanos, que todos los seres humanos comparten el mismo planeta y son responsables de cómo lo transmiten a las generaciones posteriores, que el ser humano es copartícipe y por tanto responsable de las condiciones de vida de los demás seres humanos, y por último que todos los seres humanos compartimos el hecho ser mortales. Tal vea sea el momento de aplicar a escala Europea las ideas y los principios promovidos tanto dentro de nuestro continente como fuera de él. Los rasgos distintivos, los principios los tenemos. La experiencia histórica del corto y largo plazo nos muestra el camino. Nos falta tan sólo la voluntad decidida de transitarlo en libertad, en igualdad y en fraternidad.

 

Diego Carrasco Eguino