Celebramos este año 2012 el “Año Europeo del Envejecimiento Activo y de la Solidaridad Intergeneracional”. La Conferencia de apertura tuvo lugar los días 18 y 19 de enero en Copenhague, organizada por los ministerios de Empleo, Asuntos Sociales y de Integración, y el de Salud, de Dinamarca, país que ostenta desde el 1 de enero la Presidencia rotatoria de la Unión Europea.
Si esa celebración se queda solo en la noticia, más o menos adornada en los medios de comunicación, nos conformaremos con un aplauso vacuo. Pero celebrar no solo es alabar, aplaudir o conmemorar… también es realizar, ejecutar actos, reuniones, programas… que no se extinguen en su mera exposición sino que constituyen el rescoldo, el aliento para el desarrollo de actividades, que de llevarse a cabo satisfactoriamente merecerían la alabanza, el aplauso y el reconocimiento. La Unión Europea debe “combatir, entre otras cosas, la exclusión social y la discriminación, y debe fomentar la justicia y protección sociales, la igualdad entre mujeres y hombres y la solidaridad intergeneracional.” Así consta en el artículo 3 apdo. 3 del Tratado de la Unión. Y así lo hace promoviendo estos eventos, que deberían perseverar para trascender tanto por su divulgación como por sus pretendidas y esperadas consecuencias trasformadoras de hábitos extemporáneos. Por esa senda nadie debe quedarse en la línea de salida.
Se constata que el número de personas mayores de sesenta años se está incrementando rápidamente, aumento derivado de una vida más saludable. Obviamente esto es un reto que hay que afrontar con imaginación y recursos, económicos y culturales fundamentalmente, que estimulen las relaciones intergeneracionales al incluir la participación activa de las personas mayores en la complejidad de la vida pública y civil en busca de la cohesión social; se requiere un proceso de aprendizaje permanente, inquebrantable e irrenunciable para conseguirlo. Básicamente, un cambio de actitudes, de todos, que alivie las impresiones de vulnerabilidad, cierta en muchos casos, ante los cambios profundos y acelerados que comporta la globalización: la educación, la sanidad, el puesto de trabajo, la intimidad, la calidad de vida en suma, deben ser motivos de reflexión y de ocupación no solo de los políticos.
Es la sociedad civil la que debe promover su garantía mediante el ejercicio de las capacidades de sus miembros, sin olvidar las escasamente reconocidas de las personas mayores, que también pueden contribuir activamente al bienestar social. No se trata de reconocer tibiamente esta valía real y desaprovechar su potencial, como demuestra la evidente discriminación por razón de edad, sino de demandar –como de todos- también de los mayores, con convencimiento, esas capacidades que muchos están dispuestos a aportar por valiosas y sin ninguna ambición de poder.
La mera jubilación no significa el comienzo del declive ni mucho menos decrepitud. Ciertamente es una pérdida de la íntima satisfacción por el ejercicio de la profesión, es una pérdida de poder, una pérdida también de categoría social y de determinadas relaciones… No cabe la menor duda, pero son pérdidas que hay que superar sin añoranzas, porque suponen un reencuentro con uno mismo que obliga a acomodarse a un nuevo estado que en ningún caso significa retirarse. De ahí que desde su posición los mayores exijan el respeto de su derecho como seres humanos a no ser excluidos como miembros activos de la sociedad.
Antonio Aura Ivorra