Agrupación Europea de Pensionistas de Cajas de Ahorros y Entidades Financieras

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Índice de Documentos > Boletín Euroencuentros > Número 8



LO que hoy ocurre en Alemania es precisamente eso: que falta harina, de la que se hace el pan. La hacienda pública –y todos los organismos de ella dependientes, a todos los niveles: Estado Federal, Estados Federados, municipios– no tiene más que deudas; las de municipios, gigantescas. Vive de milagro: de los impuestos del año, considerablemente más bajos que en los buenos tiempos, porque el paro laboral es muy elevado y los parados no pagan impuestos. Y además cobran el subsidio de paro; directamente, de la Oficina Federal de Trabajo; pero ésta, si sus fondos no bastan, recurre por uno u otro camino a la hacienda pública.

El tema del día son los seguros de retiro y de enfermedad. Para este último no tenemos espacio en este breve artículo. El de retiro está montado sobre el „contrato entre las generaciones': los jubilados son sostenidos con las cuotas de los actuales activos, que a su tiempo pasarán a ser jubilados; y así sucesivamente. Pero el factor demográfico ha echado abajo ese andamiaje.

El factor demográfico es el producto de tres realidades indiscutibles: fuerte déficit de la natalidad; consiguiente envejecimiento de la población (el número de personas mayores de 65 es prácticamente el triple que el de menores de 16); y además, en convergencia, una esperanza estadística de vida cada vez más alta –promedio hoy, más de 76–; pronto dos jubilados cargarán sobre los hombros de tres activos. La 'Reforma Riester' intentó hace un par de años hacer frente a estas realidades, pero resultó insuficiente y, en varios de sus sectores, muy complicada.

Ahora está entablada a gran estilo, la discusión sobre la 'reforma de la reforma'. Pase lo que pase, la cuota mensual al seguro debe mantenerse por debajo del 20% del salario bruto, para que el pago de 'su parte' no dificulte a las empresas, sobre todo a las de volumen medio, la competencia en la exportación. Todo hace prever que, más aún que en la anterior reforma, va a imponerse en ésta la mentalidad neoliberal hoy imperante: 'Lo primero, el dinero (en versión menos cínica: la economía); y que cada cual se cuide de sí mismo todo lo demás son reliquias de una sentimental protección a flojos y parásitos, disfrazada de solidaridad social'.

Con el fin de que no se sobrepase ese 20%, la pensión, que en los buenos tiempos venía a ser un 70% del último sueldo, se redujo en la reforma Riester al 64%; lo que hoy está en discusión es ya el 40%, y hay voces que hablan del 34. Para los que tuvieron un buen sueldo, el golpe es fuerte; pero para los que lo tuvieron modesto, o francamente pequeño, el golpe es la caída en la pobreza. En 'la sopa' de la ayuda social.

Para prevenir ese tremendo batacazo, cada activo debe asegurarse privadamente durante su vida laboral. Ahora bien, apretarse el cinturón es desagradable, pero factible –si hay diámetro apretable...–

Pero para los salarios modestos y pequeños, que alcanzan justo para vivir -para sobrevivir -, financiar un seguro que cubra el vano desde el nivel 'salario / supervivencia' hasta su 40%, que es lo previsto como renta, es algo inasequible.

Para que las prestaciones del seguro de retiro sean lo más elevadas posible, sin que se eleve la cuota sobre el salario, los proyectos de reforma proponen elevar la edad de retiro: de los actuales 65 años, a 67. Algo se conseguiría, aunque no mucho, y no sin inconvenientes: exprimir más al jubilado, por una parte; y por otra, retrasar a los jóvenes el acceso al trabajo. Pero lo peor sería, si se adopta esa medida, que para los parados es imposible alcanzar esos años de cotización al seguro. Alemania tiene hoy cinco millones de parados; y una gran parte de ellos 'no reciclables', es decir, sin esperanza de volver al trabajo y seguir cotizando.

La falta de dinero no se refleja sólo en el sector de las pensiones. Otro campo igualmente importante es el seguro de enfermedad. Si los proyectos de reforma se llevan a cabo, el hombre pequeño, asegurado en las cajas generales, tendrá que pagar, además de su cotización mensual, una cantidad por cada visita al médico de cabecera; otra, por cada receta presentada en la farmacia; y una participación, para el hombre pequeño no pequeña, en los costos de estancia en hospital. Y lo más grave: el seguro de enfermedad -según los planes de reforma- se desentiende de las prótesis dentales, que deberán asegurarse privadamente. El que no pueda pagarse ese seguro adicional, llevará en el rostro hasta su muerte el certificado de su posición económica y social. Los expertos de las comisiones que han planeado la reforma prevén que la pobreza en la vejez va aumentar (según la última estadística oficial, 1998, casi un 17% de los jubilados vive por debajo del nivel de pobreza, es decir por debajo del 50% del ingreso medio por persona de la población general).

Todas estas implacables 'durezas' son comentadas por una opinión pública mayoritaria con resignada impotencia. Admite como única solución posible el desmontaje del Estado „social', y la sustitución del principio de solidaridad por el de '¡Sálvese el que pueda!'. La mohína es general e indisimulable; las comisiones de expertos que han planeado las reformas se limitan a constatar que no hay harina.

Razón no parece faltarles a los mohínos. Que estamos ante un desmontaje del Estado 'social' es indiscutible. La discusión debe centrarse en si hay, o no, otro camino para salir del atolladero. Las posibles soluciones a esa pregunta son demasiado complejas para el público en general; que además se ha dejado convencer por la acción misionera de una propaganda arrolladora y muy bien disimulada. El hombre medio ha aceptado resignadamente el dogma neoliberal –en realidad, se trata de una fe religiosa que cree lo que no se ve–: no hay otro camino que el de 'caiga el que caiga'. Se ha enterrado la concepción de una sociedad solidaria. Se ha enterrado una idea fundamental: la economía está ahí para el hombre -para todos los hombres-, y no el hombre para la economía. ¿De qué sirve una sociedad regida por la ley de la selva? Para eso bien estábamos en la selva.

Quizás sería oportuno hacer constar aquí, de paso, que desde hace años la primera media docena de grandes consorcios no pagan impuestos, o sólo un ridículo millón, porque en Alemania sólo registran pérdidas; todos sus beneficios los obtienen fuera. (Las consecuencias de una política que no aceptase estos 'hechos' serían 'racionalizaciones de personal'; que correrían, claro está, a cargo de la Oficina Federal de Trabajo). Si esas robustas espaldas, y otras muchas, aportaran las toneladas de harina que les corresponde, es indudable que la mohína sería proporcionalmente menor.

Eduardo Espert (Bonn)