Agrupación Europea de Pensionistas de Cajas de Ahorros y Entidades Financieras

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Índice de Documentos > Boletín Euroencuentros > Número 10



ES una ley histórica: las fases prósperas pasan. Y muy rara vez se repiten. La actual prosperidad inglesa -prosperidad para los afortunados, no para la gran mayoría- sería la salida menos sombría de la actual crisis alemana. Y aun eso, a costa de medidas muy duras para los económicamente débiles (hoy es feo decir los de

abajo“).

La situación real de Alemania queda definida en estos datos:

• En este verano 2005, el paro laboral oficial (es decir, después

de los consabidos retoques y más o menos disimulados trucos),

es de 4,7 millones (más honrado sería decir cinco).

• Cada día desaparecen cerca de 1.500 puestos de trabajo,

con sus aportaciones tributarias y sociales.

• El endeudamiento del Estado central (no incluidos Länder -en

España, Autonomías- ni Ayuntamientos), es de 1,45 billones

de euros. En sólo este año presupuestario, 50.000 (cincuenta

mil) millones.

• Cada año se transfiere a los Estados federados del Este el 4%

del P.I.B. (Producto Interior Bruto). Desde la caída del muro,

1,5 billones de euros.

• Es cierto que Alemania exporta mucho; pero no hay que olvidar

que el consumo interno hace el 60% de p.i.b. No el consumo

del uno por mil de la población, sino el de la masa. Una

masa sin dinero no puede consumir. Dilema: no puede desembarrancarse

el carro del Estado subiendo impuestos a la

masa; pero tampoco reduciendo los ingresos fiscales. ¿Qué

hacer?

Desde hace tiempo, Alemania viene viviendo sobre sus posibilidades.

El Canciller Schmidt, hace 30 años largos, quiso frenar y hacer reformas. No encontró apoyo, y dejó el poder. De los Gobiernos que le han sucedido, ninguno se ha atrevido a agarrar la patata caliente, hasta Schröder; y éste, tras largas vacilaciones y afrontando desafiantes rebeldías. Explicable: no es un placer saltar al agua

fría desde el confortable y cálido Estado “social“. Ni es fácil ganar elecciones prometiendo “sangre, sudor y lágrimas“.

Y a los jubilados nos toca ahora, por fuerza, nuestro turno en esta inexorable sauna. Hace pocos días, la prensa ha dado la noticia de que la Caja de Pensiones necesitará el próximo mes el socorro de la Hacienda pública. Socorro imposible, en la situación arriba descrita. Por lo tanto, hay que recurrir de nuevo al préstamo, y aumentar la deuda. Es decir, trasladar a las generaciones que vienen detrás la carga de que hablamos el año pasado: ya no dos jubilados sobre los hombros de un activo, sino quizá hasta dos y medio. (problema demográfico multiplicado por paro laboral dan un producto diabólico). Es evidente que esa carga no es llevadera para los activos, ni los de hoy, ni los de mañana. Entonces... es también evidente que los jubilados estamos condenados a “bajar de peso“. Hemos dejado de ser espectadores: nos ha llegado el momento

de pasar del palco a las tablas.

¿Qué va a pasar con las pensiones? Ningún  político lo ha dicho aún (están muy ocupados en formar un Gobierno con esos resultados), pero “Verde, y con asas...“. Amigos jubilados, llamadme “cenizo“, o Casandra, si os gusta más, pero tengo que concluir recomendando, como el año pasado, que nos abrochemos el abrigo, sin olvidarnos de la bufanda.

                                                   

Eduardo Espert (Bonn)