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La solidaridad intergeneracional podría analizarse desde muchos ángulos, nosotros vamos a fijarnos en la relación existente entre la llamada “generación de oro” y los más jóvenes, ya que, en el fondo, este es el aspecto que más nos afecta. Para abordar mejor la solidaridad intergeneracional en Portugal haremos una introducción histórica.

La sociedad portuguesa, se caracterizó hasta hace unos 40 años como una sociedad típicamente rural, con todo lo que esto conlleva, relaciones sociales muy conservadoras, gran poder del hombre sobre la mujer y de ambos sobre los hijos, cambios muy lentos en los ámbitos familiares, cerrados a nuevas ideas, muchos hijos, etc...Puesto que hablamos de una sociedad rural, los bienes familiares fueron siempre preservados como la posesión más valiosa. ¿Cómo se conseguía esto?

El patriarca (el miembro más viejo de la familia - hombre o mujer) era quien gestionaba los bienes, y de ellos vivía hasta su muerte. Uno de los hijos ocupaba su puesto (incluso cuando se casaba) y cuando el patriarca estaba ya mayor, era el hijo el que aseguraba el sustento de la generación anterior y adquiría la posesión de los bienes de la familia.

De esta manera, la solidaridad intergeneracional era asumida naturalmente – las tres generaciones que habitualmente constituían el núcleo familiar (hijos, padres y abuelos) vivían en un espacio común, transmitiendo serenamente los saberes y la cultura, todos ellos con igualdad de medios y, por tanto, dependían solidariamente unos de otros. El Estado hacía lo posible para que esta situación no cambiara demasiado.

Pero durante los años 60/70 las cosas empezaron a cambiar.  Fue la llamada “Guerra de África" uno de los primeros momentos de profundas alteraciones sociales. La emigración al centro de Europa también contribuyó a alterar la situación “estable” en la que vivíamos. Y sobretodo, fueron los cambios democráticos ocurridos a partir de 1974 los que dieron lugar a una transformación del “Estado Rural”. Pero como las estructuras en las que se basó la acción del Estado eran muy débiles, las consecuencias fueron tremendas. Por estas razones, y sin lugar a dudas, podemos decir que la generación portuguesa nacida durante la posguerra mundial (1940/60) tuvo que enfrentarse a un complicado dilema que podríamos traducir en un triangulo.

1. Los padres de esta generación no tuvieron la oportunidad de crear estructuras firmes para un futuro seguro, (debido a la existencia de una sociedad típicamente rural a la que hemos hecho referencia anteriormente) y todo esto bajo un Estado social sin ninguna relevancia.

2. A pesar de la guerra, la emigración y las sucesivas crisis nacionales e internacionales, esta generación llegó al final de su carrera profesional, durante la cual fue posible crear algunas estructuras sociales en las que apoyarse, pero no totalmente desarrolladas.

3. Los hijos de esta generación, crecieron en la vorágine que se instaló a partir de los años 80, y deben ahora iniciar su carrera laboral en un ambiente de incertidumbre e inestabilidad nacional e internacional, en la cual el Estado del bienestar social tiene unos medios de actuación muy limitados.

Sin querer ser muy pesimista, se podría decir que formamos una generación “comprometida”, con las otras dos – una, sin condiciones dignas para vivir una vejez confortable y la otra con pocas esperanzas de futuro. Teniendo consciencia de esta situación, estos últimos años empieza a tener fuerza lo que en Portugal llamamos el "tercer sector” – o sector social.

Se están creando muchas instituciones privadas que proporcionan apoyo a las personas ancianas y, simultáneamente apoyan a los jóvenes. Pretendiendo así, que de forma natural, sean transmitidas a los más jóvenes las experiencias culturales y de vida, y por otro lado, que los jóvenes se relacionen con los más ancianos para transmitirle también la vitalidad que éstos necesitan. Los resultados han sido muy positivos y se están instaurando por todo el país. El Estado apoya a estas instituciones, pero como los recursos son escasos, algunas avanzan con gran dificultad.

Políticamente se cree que la solidaridad intergeneracional es una de las soluciones posibles frente a los actuales y futuros problemas de nuestra sociedad. Lo que sucede es que cada uno de nuestros líderes hace una lectura diferente de la realidad y todavía no se ha conseguido llegar a un consenso sobre qué papel reserva la sociedad, sobretodo, a los más ancianos que no podrán ser simplemente un bulto para las generaciones futuras, puesto que ellos/nosotros poseemos al menos, la cultura, la reflexión y la experiencia de vida que los jóvenes tanto necesitan.

Cândido Vintém – ANAC – Portugal