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Cuando el Presidente, Cândido Vintém, me invitó muy amablemente a hablar en esta asamblea sobre el tema propuesto para este Euroencuentro 2014, “POR UNA UNIÓN EUROPEA PARA TODAS LAS EDADES”, pensé de entrada que la reflexión podría ser redundante: hablar de una Unión Europea para todas las edades supone hablar, por definición, de un espacio en el que ya se cultiva la práctica de la igualdad de oportunidades para todos los ciudadanos de todas las edades.

La UE ya es un espacio que cultiva y que se identifica como un conjunto de valores tales como la igualdad, la justicia social, la tolerancia y la solidaridad; un espacio que intenta aproximar poblaciones de diferentes culturas, rompiendo barreras y fronteras; un espacio en el que se intentan crear y aplicar políticas que protejan a los niños, a los jóvenes, al mundo laboral, a los ancianos, a las mujeres y hombres de todas las edades y condiciones.

Un buen ejemplo de la concreción de esos valores radica en el conjunto de iniciativas llevadas a cabo en el ámbito del Año Europeo del Envejecimiento Activo y de la Solidaridad, que tuvo lugar en 2012; en el marco de dicho año, la Comisión de Empleo y Asuntos Sociales del Parlamento Europeo, en una sesión sobre desafíos demográficos y solidaridad intergeneracional, realizó la siguiente aclaración que cabe destacar: los mayores y los que se aproximan a la jubilación “no representan una carga para la economía, ni para la sociedad, ni constituyen un obstáculo para la modernización de los procesos de trabajo. Al contrario, son una baza y un valor añadido significativo, gracias a sus experiencias, sus éxitos, sus conocimientos y a una mayor lealtad hacia sus empresas”.

Entonces, ¿qué objetivo se pretende alcanzar con una reflexión sobre el tema elegido para este Euroencuentro?

Desde luego, podemos ver la respuesta a través de un simple repaso de las cuestiones más destacadas hoy en los países de la Unión: debido a las consecuencias, no sólo de la crisis que nos afecta de forma tan profunda, que se volvieron quizá más evidentes, tenemos que intervenir con urgencia y reflexionar muy seriamente sobre el objetivo de una Unión Europea para todas las edades, mucho más allá de las medidas diseñadas para una Europa para 2020.

El simple hecho de que el Parlamento Europeo llame la atención sobre el papel de los mayores y de los que se aproximan a la jubilación es una clara señal de que estamos lejos de una Unión Europea para todas las edades.

Las estadísticas demográficas nos suscitan una verdadera preocupación, que resulta de lo que tal vez hoy podamos considerar nuestra mayor flaqueza, pero también nuestro mayor desafío: la estructura de edad de nuestras sociedades.

Es una cuestión fundamental, que supone, para muchas esferas de nuestra sociedades, una llamada de atención insistente hacia algunos datos preocupantes:

El número de personas mayores de 60 años está aumentando dos veces más rápido que antes de 2007; se estima que en 2025 más del 20% de los europeos tendrán 65 años; el número de ciudadanos con más de 80 años tiende a aumentar; la población activa ha empezado a disminuir a partir de 2013/2014;

A este propósito, doy como ejemplo el caso de Portugal: un país con casi 10 millones de habitantes. La prensa nacional habló recientemente sobre la posibilidad de que en 2060 esa población se reduzca a casi 7 millones de habitantes; ¡ojalá no ocurra!

Pero lo que importa retener es que esta manifiesta disminución de la población activa y el creciente número de personas jubiladas ya constituyen, en muchos países, grandes elementos de presión que actúan sobre los actuales sistemas, en los que se basan el bienestar de las diferentes comunidades.

Este es un elemento relevante para nuestra reflexión.

También constatamos que los elementos con los que se define la propia noción de edad están cambiando muy rápidamente.

Hace menos de 10 años, hablábamos claramente de edad juvenil, mediana edad, individuos en la flor de la vida (entre los 35 y los 45 años), edad madura, edad de inserción en el mundo laboral, edad avanzada, edad legal e incluso hablábamos de una bonita edad para las personas de 90 años; y todas estas expresiones estaban perfectamente caracterizadas y reflejaban una realidad en las que las sociedades se veían plasmadas, de forma estructurada, dentro de los diferentes estadios de su propio crecimiento.

Hoy, nos enfrentamos a una realidad que empieza a manifestarse con otras características. He aquí dos ejemplos:

En el mundo laboral aparecen jóvenes con 19 y 20 años que ya han terminado sus estudios superiores y poseen competencias reconocidas; son el producto del llamado proceso de Bolonia, en el que, tras superar con éxito 3 años de estudios superiores, se cuenta con nuevos graduados que crean presión sobre la edad de contratación, si se compara con la edad en la que antes se contrataban a personas licenciadas que rondaban los 25/27/30 años, para las empresas y para las instituciones.

Otro ejemplo tiene que ver con la propia noción de tercera edad, que se consideraba hasta ahora homogénea en su reconocimiento social y en el ámbito de la construcción de las correspondientes políticas sociales. Hoy empieza a tener otro alcance, presionada por fenómenos que vemos emerger, como los prejubilados y las personas de 50 años o más, que están activos, pero en muchos lugares de trabajo se les considera “viejos” para ocupar un puesto laboral; y son demasiado jóvenes para jubilarse.

En este sentido, recuerdo que cuando alguien describió por primera vez como vieja a Simone de Beauvoir, tenía apenas 50 años. Percibió dicho comentario como un tremendo insulto.

Estos son algunos ejemplos que reflejan la existencia de nuevos elementos relativos a la noción de edad, elementos que tienden a crear un mayor distanciamiento entre generaciones, con el impacto, inevitable, que se da en la relación de fuerzas de los diferentes elementos que componen la estructura de edad de la sociedad.

Por lo que a las consecuencias se refiere, fíjense, principalmente, en lo que empieza a observarse en el mundo laboral:

Esos jóvenes de 19-20 años de los que he hablado, se formaron en la era de las nuevas tecnologías e integran lo que comúnmente se denomina “generación digital”.

Es una generación de individuos muy jóvenes, equipados de alta tecnología, multifuncionales, con elevadas competencias, algunos de los cuales se consideran hipermodernos, pero desprovistos de creatividad; para ellos     “lo que no está en la red no existe”.

Es una generación que cultiva el utilitarismo y la eficacia; una generación de comunicación en tiempo real, para la cual empieza a faltar tiempo de maduración, incluyendo la maduración de la afección.

Una generación en la que existen individuos, muchos de ellos generadores de opinión, que consideran que a las personas de otra edad se les ha parado el reloj. Esas personas mayores no están de acuerdo con los ambiciosos objetivos ni con la instantaneidad con la que los jóvenes viven la vida, y por este motivo, los jóvenes los consideran fuera de esta época y, por tanto, prescindibles.

Sería irreal no reconocer que esos nuevos elementos son una nueva realidad que pone ante nuestros ojos lo que podríamos considerar como un auténtico cambio de paradigma en los ciclos de la vida de las sociedades, con generaciones muy diferenciadas en su caracterización e individualización e inserción en la sociedad y cuya coexistencia deja patente, como tal vez nunca antes se había sentido, un preocupante choque de generaciones.

Es cierto que en todos los tiempos en los que se viven grandes cambios se han apreciado inevitables choques de generaciones. Pero con la aparición de las nuevas tecnologías, que provocan transformaciones tan profundas en el modo de vivir de nuestro tiempo, ese choque entre generaciones corre el riesgo de abrir un abismo intergeneracional.

Ante esta realidad, el gran reto que se nos presenta es el de saber qué caminos recorrer para prevenir, alejar o, al menos, minimizar el choque entre generaciones y posibilitar una Unión Europea para todas las edades.

El tema es, por eso, de una reconocida actualidad e importancia y estoy seguro de que este XX Euroencuentro constituirá una excelente oportunidad para la reflexión sobre la manera de hacer frente a este reto por lo que se refiere a las responsabilidades que afectan a nuestra generación.

En este sentido, leí con mucho interés el “Manifiesto por una Unión Europea de Todas las Edades” elaborado en 2012, que todos conocemos.

Se trata de un documento muy importante, que hace un llamamiento muy fuerte a la responsabilidad colectiva “para la concepción de nuevas formas de organización de la sociedad, de forma que se garantice un futuro más justo y sostenible para todas las generaciones”. Aboga por “una actitud positiva ante el envejecimiento; por bienes y servicios adaptados a las necesidades de todos; por la participación en actividades de voluntariado, culturales, deportivas, recreativas; por sistemas de protección social basadas en la solidaridad entre generaciones; condiciones para crecer y envejecer saludablemente; e incluso hace un llamamiento para una unión de fuerzas por parte de la UE, de la Comisión Económica de la ONU para Europa y de la OMS-Europa para la implementación de una estrategia 'europea para el envejecimiento activo y saludable, y una UE amiga de todas las edades'”.

Es un documento con orientaciones muy objetivas hacia una idea que me parece fundamental que podrá ser, en realidad, el camino que evite o minimice el choque de nuestras generaciones y se convierta, de ese modo, en el pilar para una UE para todas las edades: esta idea fundamental se traduce en la Solidaridad Intergeneracional.

Mi reflexión sigue esta línea de pensamiento: la solidaridad intergeneracional.

En el ámbito de la Unión Europea se hacen grandes esfuerzos por lo que al envejecimiento se refiere, el cual se pretende que sea activo y saludable.

Sin embargo, es importante aclarar que la solidaridad intergeneracional no es una idea dirigida sólo a los más mayores.

Es un camino que deben recorrer todas las edades, porque lo que está en juego es la oportunidad de sabernos amoldar todas las generaciones, con sentimientos que las vuelvan sensibles a las desigualdades, corresponsabilizando a todos los ciudadanos en el reconocimiento de la importancia de la Persona, independientemente de su edad o condición, por ser precisamente la persona el elemento diferenciador por excelencia en la formación y el desarrollo de las sociedades.

Y para que ese camino se pueda recorrer con permanente actualidad, es determinante hacerlo acompañados de esta voz de alarma, fuerte, dirigida sobre todo a los más jóvenes, particularmente a quienes se les puede exigir, en cada momento, responsabilidades colectivas, y decirles así:

    “¡Vosotros seréis los mayores de mañana!”.

    Recuerdo, nuevamente, a Simone de Beauvoir: “Vivir es envejecer, nada más.”

Esta voz de alarma se tiene que dar, no con el objetivo de amenazar a las generaciones más jóvenes por el envejecimiento que les espera, sino para reforzar la conciencia de que la edad cronológica es inexorable y no deja de ser, pese a todo, un elemento, que por sí mismo no puede construir una flaqueza que amenace a las generaciones, sino que, por el contrario, tiene que transformarse en la fuerza que sostenga la riqueza de los valores de cada generación.

Es una voz de alarma que tiene que ser escuchada como una toma de conciencia permanente para la preparación que el futuro siempre exigió y que hoy exige más que nunca. Más allá de las políticas de justicia social y de todas las medidas enunciadas que convergen para el bienestar de las personas y de las comunidades, esta preparación tendrá que realizarse, necesariamente, a través del más poderoso instrumento que sustenta los valores de las sociedades: la educación.

Este llamamiento a la educación fue, por lo demás, lo que encontré en la comunicación del Sr: Dominique Christian, en el Euroencuentro 2013, a propósito de la crisis: “Si existe una crisis profunda, es la que afecta a la Paideia, la educación de los ciudadanos”.

Educación para la solidaridad que las generaciones exigen para una coexistencia sin crisis, enfocada en la primacía de la persona, antes que al utilitarismo y a la eficacia de las tecnologías.

Recuerdo aquí también, a propósito, las palabras del Papa Francisco: “La crisis financiera que atravesamos nos hizo olvidar que su origen está en una crisis antropológica profunda: la negación de la primacía del ser humano”.

La primacía de la persona es la base que tiene que sustentar la construcción de la solidaridad intergeneracional, que es el camino para una UE para todas las edades.

Pero la solidaridad intergeneracional será:

    Una solidaridad que se manifieste como un verdadero estado de espíritu, individual y colectivo, y no como un mero conjunto de políticas y de mecanismos de naturaleza social.

    Una solidaridad que signifique un espacio de diálogo y de interacción entre todas las edades, sin prejuicios, sin exclusión ni marginación.

    Una solidaridad sin las concepciones negativas de que los mayores son un peso para la sociedad; una solidaridad en la que los mayores se enriquezcan también con el valor de las generaciones más jóvenes.

    Una solidaridad que transforme las nuevas tecnologías no en elementos creadores de distancia entre las generaciones sino en un poderoso instrumento de aproximación de todas las generaciones, enriquecido por los valores de cada edad.

    Una solidaridad que subraye la importancia de todas las edades, sin estigmas, de modo que, como decía Kenneth Rogoff, “la promesa de ver cada generación conocer una vida mejor que la precedente constituya uno de los principios fundamentales de nuestras sociedades modernas”.

Por tanto, es necesario educar. Educar a los más jóvenes y a los más mayores. Educar a los dirigentes, en la política, en los Gobiernos, en las empresas, en las instituciones. Educar siendo conscientes de que en la construcción de las sociedades, el elemento diferenciador por excelencia no son los productos, la tecnología o los procesos, sino las Personas.

Y esa educación  centrada en la Persona y en la solidaridad empieza en la familia, que es el espacio en el que se aprende a convivir en la diferencia y a pertenecer a los otros; pasa por la escuela, donde se moldean las conciencias y los instrumentos para esa primacía de la persona; se solidifica en el mundo laboral, donde se entrecruzan generaciones y donde los individuos pasan la mayor parte del tiempo útil de sus vidas.

Y la pregunta que se plantea es si sabemos de qué medios podemos disponer o qué instrumentos debemos construir para educarnos en esa tan necesaria solidaridad intergeneracional, para que sea de verdad la gran base del éxito de una Unión Europa para todas las edades, pero sobre todo una Europa amiga de todas las edades.

Voy a detenerme en dos puntos que me parecen fundamentales: las empresas y la generación de los individuos de más  edad.

Las empresas constituyen el gran espacio social que acoge a los jóvenes a partir de los 19/20 años, y en éstas crecen y se preparan para el tiempo de su envejecimiento. La horquilla de ese ciclo de vida va principalmente desde los 19 a los 65/67 años.

En las empresas coexisten y se suceden generaciones. Por eso, en su seno será importante crear condiciones para que se cultive la solidaridad intergeneracional, que minimice el choque siempre latente y casi inevitable entre los más jóvenes y los de más edad; entre aquellos que nacen en el entorno de las nuevas técnicas y tecnologías y aquellos que, al no tener un dominio suficiente de las nuevas tecnologías, tienden a ser considerados fuera de tiempo, demasiado viejos para ocupar un puesto de trabajo.

Esa solidaridad tendrá que formar parte del ADN de las empresas y deberá concretarse a través de una cultura de valores en la que destaque la humanización de las relaciones laborales, cuya práctica no permita que la primacía de la Persona sea anulada por la tecnología, por la competitividad, por el ascenso en la carrera, por los premios, por el lucro.

Una empresa no se limita a la relación laboral. Antes tiene que reunir una serie de valores y de sentimientos que se mantengan más allá del tiempo material de las relaciones laborales. Valores que tienen que atravesar generaciones, ya que sólo éstos garantizan la perennidad de las empresas; sentimientos que mantengan la unidad de la empresa en torno a esos valores. Y esos valores y esos sentimientos sólo están en las personas. Personas en activo y personas jubiladas.

Una forma de llamamiento a esos valores puede estar en esta pequeña sugerencia:

Los departamentos comúnmente denominados de “recursos humanos” se podrían denominar, como ocurre en muchas empresas, “departamentos de personal”; esto supondría una llamada de atención permanente a las empresas, ayudaría a evitar que los empleados se identifiquen como meros recursos, muchas veces incluso innominados, sin superar la categoría de simple número dentro del conjunto de los que componen la mano de obra.

La solidaridad intergeneracional deberá tener un lugar central en la formación administrada por las empresas a sus empleados y ser la expresión de una auténtica ciudadanía empresarial, cuyos valores, sobre todo de pertenencia recíproca (empresa y empleados) impida rupturas generacionales, por la propia acción de los titulares de esa ciudadanía.

La ciudadanía empresarial incluye necesariamente a los jubilados que, siendo ciudadanos de esa empresa con la responsabilidad intrínseca de mantener viva su “civitas”, se respeten y se reconozcan por sus conocimientos y por su experiencia, como grandes obreros y embajadores de las marcas que esas empresas representan.

En cuanto a la generación de los individuos de más edad, en cuanto a nuestra generación, y solamente considerando aquí la edad a partir de la jubilación o la prejubilación, diría, sin lugar a dudas, que una parte decisiva de la responsabilidad para la concreción de la solidaridad intergeneracional está en manos de esa generación; está en manos de todos nosotros que tenemos el privilegio de pertenecer a esa generación.

Somos obreros de este mundo que vivimos y que vamos dejando como legado a las generaciones más jóvenes; somos depositarios de una riqueza de valores que se perpetúan a lo largo de las generaciones.

Tenemos el deber de compartir esa riqueza con los más jóvenes, a través de una participación activa y efectiva en todas las áreas en que el encuentro de generaciones más lo necesite.

Amamos, esencialmente, lo que conocemos. La generación de los más mayores tendrá que ser amada por los más jóvenes. Para eso, es fundamental darse a conocer, a los niños y a los jóvenes, a través de acciones concretas que estimulen el conocimiento recíproco y aproximen las generaciones.

En la familia, es importante reencontrar el espacio, que fue ocupado por los ordenadores y por las redes sociales, para contar a nuestros nietos, a sus amigos e incluso a sus hijos, historias de nuestras vidas y de nuestra generación.

En las escuelas, donde se crean espacios para sensibilizar a los niños y a los jóvenes acerca de un conjunto de temas que interesan para la formación de la vida en sociedad, sobre todo el cuidado de la naturaleza, el antitabaquismo, la lucha contra la droga, la educación sexual... También tienen que crearse espacios en los que las personas mayores puedan compartir con los más jóvenes historias de la vida, experiencias profesionales, etc.

Es estimulante pensar, por ejemplo, en lo enriquecedor que sería para las escuelas el hecho de poder contar con la experiencia profesional de los más mayores en los programas para la orientación profesional de los alumnos. Los mayores podrían incluso compartir las razones que determinaron las elecciones que hicieron durante su juventud llena de sueños.

En las escuelas también se podría conmemorar anualmente el “día del Abuelo”, día dedicado a compartir la vida, historias llenas de sentimientos, iguales a tantas que aparecen en los libros escolares, pero que tendrían la riqueza de ser contadas en primera persona.

Son pequeñas acciones que se pueden transformar en grandes momentos de aproximación entre generaciones.

Pero para estas acciones, la generación más mayor tendrá que poder manejar el lenguaje de los jóvenes de estos tiempos, siendo capaces de denominar los instrumentos que utilizan, sobre todo, las redes sociales. Tenemos que adaptarnos culturalmente nuestra sabiduría a la era de las nuevas generaciones. Y hagámoslo sin reticencia ni resistencia. Ya que como decía Aristóteles: nada es más reconfortante para la vejez que la cultura.

En las empresas, los dirigentes tendrán que interesarse por que sus jubilados dispongan de un espacio ya sea de formación o simplemente de confraternización, para dar testimonio, junto a los más jóvenes, de las experiencias vividas, que son la historia viva de la empresa. De este modo se afirmarían como los grandes embajadores de las marcas que todos representan. Los jubilados tienen que formar parte de la responsabilidad social de las empresas.

En los espacios de organización política de la sociedad, como por ejemplo las autarquías, es determinante que esta generación se oiga con la autoridad que le confiere la riqueza de sus conocimientos, de su experiencia y sus opiniones sobre las cuestiones más importantes que interesan a la comunidad.

Vivimos en un tiempo en el que se reclaman mucho los valores. Esta generación tiene espacio para afirmarse, con sus valores, como un pilar fundamental para la solidaridad intergeneracional.

Pero sólo podrá asumir ese papel cuando los más jóvenes sientan a esta generación no como un peso que tienen que soportar sino como un bien deseado por ellos, como una plusvalía para el enriquecimiento de sus vidas.

En este sentido, recuerdo las palabras de un autor portugués (António Lobo Antunes), que seguramente algunos conozcan. Venía a decir: pensándolo bien (y digo esto frente al espejo), no soy un señor mayor que conserva un corazón de niño. Soy un niño cuyo envoltorio (apenas) se gastó.

Como síntesis, Sr. Presidente, señoras y señores, permítanme unas breves observaciones que son el resultado de mi reflexión sobre este objetivo de una “Unión Europea para todas las edades” y de una Europa amiga de todas las edades:

•    Es importante que Europa siga creando condiciones para implementar todas las medidas programáticas de justicia social ya diseñadas hasta 2020, que tiene como objetivo el bienestar de las personas de todas las edades.
•    Además de esas medidas es imprescindible cultivar la la idea de solidaridad intergeneracional, y hacerlo de forma organizada en la familia, en la escuela, en las empresas e instituciones, a través de la educación de todos los ciudadanos, en todos los ciclos de la vida, desde el crecimiento hasta el envejecimiento, centrada en la primacía de la persona, para que sea, en consecuencia, el puente entre generaciones.
•    Es imprescindible que las empresas y las instituciones ocupen una posición central en la definición de los elementos susceptibles de concretar la solidaridad intergeneracional, teniendo en cuenta que el ciclo de vida activa de los ciudadanos se hace mayoritariamente en su seno.
•    Es imprescindible crear condiciones que permitan a la generación de los de mayor edad compartir, activamente y de forma organizada, la riqueza de sus conocimientos, de sus experiencias de vida y de su sabiduría, en las escuelas, en las empresas e instituciones, en todos los espacios de organización social, interviniendo aquí como consultores en las grandes decisiones de la vida de las comunidades.
•    “Vosotros seréis los mayores de mañana”
•    Este tendrá que ser el lema que despierte las conciencias de todos los individuos de todas las edades para concienciarse sobre la necesidad de una solidaridad intergeneracional. Esta debe constituir un compromiso de todas las generaciones con vistas a construir una Unión Europea de todas las edades, para todas las edades y amiga de todas las edades.
•    Estoy seguro de que la generación de los más mayores, nuestra generación, bien representada en este Euroencuentro 2014, sabrá, en cada momento, ser un pilar fundamental para esa tan deseada solidaridad intergeneracional.

Una generación de Hombres y Mujeres Activos que nunca negaron el pasado.

Concluyo recordando las palabras de Shakespeare: Hay hombres que parecen no envejecer nunca. Siempre activos mentalmente, siempre dispuestos a adoptar ideas nuevas; satisfechos pero queriendo más; realizados pero llenos de aspiraciones; saben disfrutar de lo mejor que hay y saben ser los primeros en descubrir lo mejor que todavía está por llegar.

Así tendrá que ser siempre nuestra generación.

Obreros del pasado, seguiremos siendo, con este espíritu, constructores del futuro, solidariamente, con las otras generaciones.

Muchas gracias por su atención. Es un privilegio poder intervenir en este Euroencuentro.

Henrique de Melo
Conferenciante portugués