Agrupación Europea de Pensionistas de Cajas de Ahorros y Entidades Financieras

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Índice de Documentos > Boletín Euroencuentros > Número 13



CIUDADANÍA ACTIVA

             

Los mayores son objeto de atención en revistas gerontológicas, en las páginas de salud de la prensa diaria cuando las hay, en las de sucesos o, cuando deviene el ocaso, ya con claridad incuestionable en las de esquelas. No parece que despierten el interés de nadie más allá de estos capítulos que, seguro, son rentables. Está claro, pues, que no se les valora por lo que son sino por lo que tienen. Sin duda son buena clientela. De ahí la utilidad de sus datos personales, que muchas empresas buscan con afán para nutrir bases de datos venales que sirven para muchas cosas, como por ejemplo, para cursar invitaciones personalizadas para la presentación de determinados productos en cualquier hotel de cualquier localidad, premiándoles con solo asistir al acto. ¿Alguien no las ha recibido en algún momento?

 Y se prescinde de sus valores: se les considera pasivos exclusivamente. “Clases pasivas” se llaman en España pese a que la realidad, que es incuestionable, evidencie que cada vez son más las personas que alcanzan la madurez con salud corporal e intelectual plena, que les hace sentirse integrados sin ningún recato en lo que viene en denominarse “ciudadanía activa”, aunque por el momento no se les considere como “miembros de pleno derecho” (por no decir que se les excluye y se les margina). Somos conscientes de ello. Pero todo se andará, no les quepa la menor duda: ya existen manifiestos por ahí reivindicando el derecho a decidir libremente la edad de jubilación.

Así es que, admitiendo la realidad de estas afirmaciones, se intuye que se está gestando un cambio radical y acelerado en el tiempo –que debe ser pedagógico para que sea eficaz- en el campo de las relaciones intergeneracionales, consecuencia lógica de actitudes nuevas que pasan por aceptar a una gran mayoría de personas maduras que siguen prolongando en el tiempo su juventud, porque su intervención personal en el mantenimiento de su salud es decisiva en la mejora de los estándares de calidad de vida, tanto o más que sus predisposiciones genéticas. Nadie puede ya discutir que además de vivir más, viven mejor.

Según la prensa ya tienen nombre: Son la generación Dankai. Con tan extraña denominación identifican en Japón a los mayores en buenas condiciones físicas y mentales.  Grupo poblacional que lleva camino de ser el estrato o cohorte más numerosa de la población mundial. Bueno es contar con una denominación que les identifique; por ahí empieza el reconocimiento y licencia que, por merecida, debe exigirse sin renunciar a nada.

Nosotros los mayores nunca hemos dejado de pertenecer a esa “ciudadanía activa”: somos ciudadanía activa porque solo nos hemos jubilado de la profesión, no de la vida; porque nunca hemos renunciado a un aprendizaje permanente; porque somos conscientes de que el cambio demográfico exige esfuerzo y entendimiento intergeneracional, o lo que es lo mismo, responsabilidad en esa convivencia. Y por eso, mientras podamos, queremos seguir siendo “ciudadanía activa”. Es justo; queremos y podemos contribuir con las generaciones que nos siguen a conformar esta sociedad de nuestro tiempo: ¡Qué ejemplo de armonía intergeneracional el de la selección española de fútbol, que ha conseguido el campeonato de Europa dirigida por un míster, sénior septuagenario, en perfecta convivencia con veinteañeros...! Seguro que sin  mucho esfuerzo encontraríamos a otros muchos místers maduros y anónimos en cualquier otra actividad, capaces de entusiasmar y de contribuir activamente al desarrollo de  proyectos. Los hay, claro que sí; pero, hoy por hoy, son la excepción que avala nuestras pretensiones.

Así pues, como los derechos no son graciables, hay que defenderlos, exigirlos, reivindicarlos hasta conseguirlos. Nuestro tiempo ya no se vende; así que jubilados, sí, pero ciudadanos activos con la reciedumbre que la experiencia nos procura y que deseamos seguir aportando a la sociedad.

Cada día somos más los que así pensamos. Y seguimos permanentemente dispuestos a entregar nuestra ecuanimidad enriquecedora, que mantenemos protegida desde la desocupación laboral.

No es poco lo que ofrecemos. ¿Puede despreciarse?

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