Agrupación Europea de Pensionistas de Cajas de Ahorros y Entidades Financieras

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Índice de Documentos > Boletín Euroencuentros > Número 3



Editorial

 

Mas de un pensador ha ahondado en la distinción entre “ciencia” y “sabiduría”. Ciertamente no son sinónimos, y a lo largo de la historia la valoración de ambos conceptos ha ido sufriendo variaciones muy notables, acordes con el mayor o menor interés por el hombre, su origen y su destino, o por las cosas, su investigación y aprovechamiento. En una apreciación muy amplia e imprecisa podría decirse que la ciencia es más bien cosa de jóvenes y la sabiduría más propia de la gente mayor, lo que no quiere decir, ni mucho menos, que todos los ancianos sean sabios, claro que no, aunque sí se aprecia una mayor tendencia, con la edad, hacia pensamientos más abstractos y trascendentes. Lo que queremos afirmar es que todo es importante, que son dos caras de la misma moneda y las dos son imprescindibles y complementarias. Nadie discute que ambas coincidieron siempre en determinadas personas.

 

Es evidente que en la actualidad se vive bajo el imperio de la ciencia, y curiosamente es en estos tiempos cuando los mayores están más drásticamente marginados de todo quehacer social y político. No hay “cupos” o “cuotas” de jubilados en las instituciones o consejos públicos o privados; todo lo más algunas plazas de eméritos concedidas a regañadientes. Claro que se pagan pensiones y atenciones sanitarias, pero como concesiones aparte, como los viajes de la tercera edad, separados, discriminados, nunca llamados a colaborar y mucho menos a decidir.

 

Nosotros constituimos un Senado, en el sentido etimológico de la palabra; el Senado de las Cajas de Ahorros europeas, y bien podría decirse que nuestros “Euroencuentros” son las sesiones deliberantes de esta institución senatorial. En ellas se habla de intereses, de aspiraciones económicas, de circunstancias concretas. Claro que sí. Todo eso nos afecta mucho. Pero tal vez habría que insistir en el alcance de ese papel que desde el principio hemos asumido como abanderados de la integración del mayor en los órganos sociales de decisión; en los estamentos que directamente nos afectan, por supuesto, pero también en todo lo que comprendería el ámbito de la tan deseada y necesaria Carta Social Europea. Tenemos ideas, valores, posiciones que aportar, y sería un despilfarro imperdonable prescindir de nuestra presencia en los foros en que se diseñe la sociedad europea del futuro. No sería justo, ni conveniente. Aunque se nos hicieran las mayores concesiones pecuniarias o benéficas. Y lo notable es que en teoría, en el frágil entramado de las palabras, las personas que ocupan altos cargos de esas instituciones y organismos, nacionales y mundiales, aplauden planteamientos como el que aquí se incluye. Y nos animan y proclaman su identificación con los mismos, reconociendo su legitimidad y justicia. Todo eso hasta que se llega al terreno de los hechos, de las concesiones reales y efectivas, y entonces todo se diluye en buenas intenciones y en solidaridades teóricas. Pensamos que ante esa reiterada constatación, tal vez habría que empezar, ya, a emplear el lenguaje conminatorio de la exigencia. Tenemos bazas que jugar. Podemos hacerlo.

 

Es claro que la ciencia manda: las estadísticas, las magnitudes macroeconómicas y los grandes programas de investigación son realmente importantes. Contar con el espíritu, los sentimientos, valores y capacidades del hombre, eliminando la barrera discriminatoria de la edad, es fundamental. Es, en último extremo, una cuestión de sabiduría.