Los primeros habitantes de la zona fueron los iberos. A finales de s. III a.C., el territorio fue ocupado por los romanos y Pompeyo, hacia el 77 a.C., mandó construir sobre la Vía Hercúlea (que después pasaría a conocerse como Vía Augusta) una ciudad fortificada que fue llamada Gerunda. Aún se pueden ver los restos basilares de la ciudad romana: el Cardo Maximus (la calle principal que dividía las ciudades romanas en dos mitades) conocido hoy como el Carrer de la Força (Calle de la Fuerza), la calle principal del Call, el barrio judío de Girona. El foro romano se situaba en la actual Plaza de la Catedral. El templo de la ciudad se erguía probablemente en el mismo foro, donde hoy hallamos la Catedral de Santa María de Girona.
En nuestra visita, pudimos admirar las “cases penjades”, edificios de vivaces colores pastel que cuelgan a orillas del Oñar, el río que atraviesa Girona. Construidas en diversas épocas históricas sobre los muros que daban al río e inicialmente habitadas por pescadores, con la ampliación de la Rambla y la demolición de aquella parte de muralla las “cases penjades” quedaron englobadas en el centro histórico y fueron reestructuradas y revalorizadas artísticamente. Al caer la tarde, se reflejan sobre las aguas del Oñar con mágicos fulgores. Recuerdan a las casas de Florencia que se reflejan en el Arno, y es por eso que Girona es también conocida como “la pequeña Florencia”. Llama la atención el Puente de las pescaderías viejas, proyectado por Gustave Eiffel en 1877 (dos años antes de la construcción de la Torre Eiffel en París), que en un principio iba a ser construido en la casa parisina de París pero cuyo proyecto fue adquirido por el ayuntamiento de Girona para sustituir el viejo puente de madera rojiza.
Paseamos por el Call, el gueto judío, caracterizado por sus calles estrechas, por sus rampas y escaleras, y rico en residencias históricas en las que vivieron antiguamente cabalistas y sabios hebreos. Pasamos frente a los Baños Árabes, construidos a finales del s. XII y restaurados en 1929 y que servían como baños públicos y termas.
En el casco antiguo, tiene un encanto especial la Rambla de la Llibertat, donde empiezan y terminan los eventos más importantes de Girona. En la Edad Media, era un espacio dedicado al mercado; hoy, es una avenida agradable y sombreada, con pórticos donde se hallan tiendas modernas y bares con terraza. Existe un hecho popular ligado a la Rambla: en la Baja Edad Media, hubo diversos casos de peste en el Carrer d'Argenteria, el último tramo de la Rambla. Para evitar el contagio, se cerró el acceso a dicha calle con barricadas de madera en los extremos y se precintaron las puertas y ventanas de las casas para impedir la transmisión de la enfermedad. Los habitantes quedaron aislados y se distraían gracias a un personaje popular, el Tarlà, que hacía piruetas sobre un palo de madera colocado entre los balcones de dos edificios de la calle. Para recordarlo, se construyó un muñeco que, colgado de una barra situada de esta forma, imitaba las cabriolas del Tarlà. La tradición se repite cada 23 de abril, día de Sant Jordi, santo patrono de Cataluña. Resulta impresionante la Catedral de Santa María, templo de planta basilical con la nave gótica más larga del mundo (22,98 metros) después de la Basílica de San Pedro en el Vaticano (25 metros).
Delante de la escalinata de la Iglesia de Sant Feliu, nos detuvimos a contemplar “la Lleona”, una estatua de origen medieval que representa a una leonesa trepando por una pequeña columna. Cuenta la leyenda que los habitantes de Girona, antes de partir para un largo viaje, deben besar el trasero de “la Lleona” y prometer que volverán a la ciudad. La promesa también vale para los turistas que vuelven a casa.
Así terminó nuestra visita a la ciudad de Girona, que a lo largo de su historia ha supuesto una encrucijada de culturas y tradiciones, y que hoy en día está perfectamente comunicada con Europa gracias a su aeropuerto internacional, a la red de autopistas y a los trenes de alta velocidad.
Egidio Ramondetti