Siendo
Probablemente, los políticos y ciudadanos europeos hubieran necesitado este verano de 2004 un manual, esta vez consagrado a la política, con alguna receta que rezara: 'Cómo construir Europa sin ciudadanía europea'. Y digo todo esto, porque al primer varapalo que supuso el plantón constitucional propinado por los gobiernos de Polonia y España, siguió el mazazo popular de la población europea absteniéndose en masa en las elecciones al parlamento de la Unión. Cierto es que el camino para asumir la Convención (Constitución) ha quedado allanado debido, entre otros motivos, al cambio de actitud alentado por el nuevo gobierno español. Pero lo cierto es que, más allá de las coyunturas de cada país, los ciudadanos europeos –en mi opinión– han dejado claro con su abstención que no quieren que la Unión se construya de espalda a ellos y a sus problemas. No creo sinceramente que los ciudadanos se hayan desinteresado de Europa; creo, por el contrario, que el mensaje de la ciudadanía es que ellos, nosotros, es decir las personas, somos Europa.
Y que, por consiguiente, sin las personas, sin su cultura, sin su realidad, todo voluntarismo político, por muy bienintencionado que sea, está llamado a convertirse en despotismo ilustrado, y la era del despotismo en Europa pasó a la historia hace ya siglos. Dicho esto, alguien puede preguntarse: '¿Qué tiene ésto que ver con nuestra Agrupación?'; yo creo que mucho, porque el sentido del tiempo histórico que preside los avatares de la Unión está íntimamente ligado al devenir de nuestra Agrupación.
Nuestra historia (la de la Agrupación) revela que hemos sido capaces de cumplir ya varias etapas. En un primer momento –la presidencia del señor BERNABEU– se trató ante todo de asentar y configurar la existencia de un organismo que surgía como expresión de la lucidez y la voluntad de un puñado de personas. Fueron momentos fundacionales en los que una de las preocupaciones fundamentales era decir con voz alta y clara que existíamos, que deseábamos ser Europa y que, desde hacía algún tiempo, teníamos una cierta idea de Europa. Posteriormente, durante la presidencia del señor LIDÓN, la Agrupación quedó consolidada, su existencia plenamente reconocida y junto a una resuelta voluntad surgió una praxis cada vez más importante. En esta consolidación los Euroencuentros han resultado decisivos; porque no se trataba tan sólo de adquirir el hábito de la convivencia efectiva –independientemente de que siempre haya quien, aquí o allá, piense que lo importante es reunirse con los 'suyos', porque los demás son extranjeros y ya se sabe que los extranjeros, siempre raros, son poco de fiar–; no. Lo importante, y lo que con dificultad estamos logrando, es pensar como europeos, actuar unidos como tales y colaborar eficazmente en la construcción y transformación de una Unión que quiere y sabe contar con sus mayores.
En estos momentos nos hallamos en el periodo de la presidencia del señor LÓPEZ. La duración de los tiempos se ha hecho más corta. Las sucesivas ampliaciones de la Unión, la necesidad de asumir las realidades sociales europeas, desembocan de forma natural en una 'crisis de crecimiento'. Si bien podemos sentirnos modestamente satisfechos con lo logrado, lo cierto es que los retos que la realidad plantea deben ser eficazmente asumidos. En este sentido, la vida de la Agrupación, y una de sus expresiones más visible, los Euroencuentros, ya no pueden limitarse a ser la ocasión lúdica que nos permite vernos y reconocernos. Sabemos ya quiénes somos y sabemos que existimos. Nuestros Euroencuentros, a partir de ahora, deben transformarse progresivamente en el foro –dentro de poco dejará sin duda de ser el único– de análisis, y de toma de decisiones, natural. Y debe ser así porque los problemas sociales que nos afectan son múltiples: la realidad laboral de los mayores de 45 años; la compatibilidad de una Europa social con una Europa laboral multirracial y multicultural; los problemas de 'deslocalización' creados por algunas empresas, problemas generadores de enfrentamientos sociales ficticios entre poblaciones y naciones de la Unión; los problemas de inserción social y cultural que conlleva la pluralidad étnica y cultural. Todos ellos, por no citar más que unos pocos, son problemas que deben ser abordados con nuestra presencia y con las ideas y propuestas que seamos capaces de elaborar desde el consenso europeo democrático, desde la experiencia y lavoluntad de diálogo de quienes han visto ya demasiado como para dejar la tarea tan sólo en manos de 'administradores'; desde la convicción de que la Unión con su realidad plurilingüística, pluricultural, pluriétnica, significa forzosamente una Europa con un renovado enfoque ético capaz de darnos acomodo a todos, en paz.
Por todo esto, nuestros Euroencuentros, y ya desde el undécimo de Islantilla (Huelva), aún incluyendo aquellos aspectos que han conllevado el éxito de los anteriores, deben abrirse a reuniones de trabajo capaces de plantear y definir nuestras líneas de actuación, líneas que deberán ser ejecutadas en el curso siguiente. La experiencia demuestra que, siendo capaces de detectar las necesidades de actuación, hemos sido hasta ahora excesivamente remisos a la hora de hacernos presentes en los foros europeos de discusión y, sobre todo, de ejecución. El undécimo Euroencuentro debe marcar un punto de inflexión en nuestra organización, de forma que ni problemas de coordinación ni de organización nos aparten del objetivo esencial:nuestra presencia efectiva entre los decididores de la política europea. Esto implica autoconvocarnos al esfuerzo y al trabajo solidario, a la renovación y al compromiso. No sea que, si nos dormimos en los laureles, nos encontremos más tarde, por dimisión nuestra, con una 'cocina de recursos' en la construcción social europea en la que ni siquiera nos quedará el derecho al pataleo.
Diego Carrasco Eguino