La ministra Aído en la radio, el Estatut en la tertulia, “La Roja” inspirada, el tenis, patrio, las motos volando… y, como condimento, la huida del de Juana a Venezuela en boca de todos. Cualquier medio de comunicación refleja con todo eso la primera semana del verano mientras los servicios de limpieza madrileños se afanan en limpiar la roña de sus calles después del paseo de los gay, que siguen maltratando su orgullo como si de un vulgar “botellón” se tratara. Y no digamos nada del Metro, que menguó su dimensión hasta menos de la mitad, no sea que nos lo revienten en las manos como un petardo de “mascletá” sanjuanera. Algún enardecido sería capaz; y es que, como dijo el Gallo, “hay gente pa toó”. ¡Señor, Señor!
Y sí, ya era hora; paraguas localizados y fugaces en el norte para no mojarse y parasoles generalizados en el sur para no tostarse. El verano ya llegó. Por eso, como siempre, nos acomodamos a la temporada porque el cambio es inevitable y, además, estaba previsto. Son los ciclos de la naturaleza.
Otra cosa, papel salmón merece, es la reestructuración de las Cajas, abordada con ciertas tensiones –las batutas orquestales, rígidas y arrítmicas olvidan el metrónomo e impiden el fraseo- y a los pies de un vesubio amenazante que las azuza: la crisis financiera.
La realidad es cambiante y exige dinamismo y participación. Las tendencias expansivas de los últimos tiempos invadiendo territorios ajenos propician el desarraigo y anulan una de las características que definían a las Cajas en su origen: el ámbito local, su ámbito natural de actuación. Con el tiempo, clientela, inversiones y operatoria, otras de sus cualidades, se han amalgamado con las de la banca como consecuencia, también, de políticas liberalizadoras y agresivas que confunden, si no anulan, las diferencias. Y ya tenemos un primer ejemplo de aplicación de beneficios (que no excedentes) novedosa: la retribución de las cuotas participativas. No será el último. Las Cajas forman parte del sistema financiero y el camino recorrido hasta ahora evidencia que la necesidad de adaptarse a las circunstancias del momento es imperiosa para todos. Va en ello su permanencia. Así las cosas, ¿qué queda ya de las primigenias Cajas de Ahorros? ¿La memoria de un decrépito Estatuto del Ahorro de 1933? ¿Los protectorados de los ministerios de Trabajo y de Hacienda, encontrados a veces…, los Montes de Piedad? Para la historia. La Obra Social, tal vez.
Si eso es así, vistos los retos de este mundo globalizado que inciden en su eficacia limitándola con encarecimientos en su financiación y reducción de márgenes, además del incremento de la morosidad, que repercute en la rentabilidad, liquidez y solvencia de las entidades, fortalecer el sistema financiero español redimensionando sus redes y mejorando su solvencia es necesario. En lo que respecta a las Cajas, como entidades financieras que son, su supervisión corresponde al Banco de España. Y sobran, en la calle también se dice, intereses e injerencias ajenas; la representación de las Administraciones Públicas en sus órganos de gobierno debería reducirse al mínimo. Ya en 1984, el proyecto de ley de ordenación de las Cajas (LORCA) del ministro Boyer, que la introducía, provocaba las críticas, duras, de la CECA: “Tensión en las cajas de ahorros”, titulaba la prensa económica en aquellos días la noticia.
Está muy bien que se aireen sus virtudes con orgullo. No son pocas las que las adornan a lo largo de su historia. Pero sin añoranzas de otros tiempos pasados. Habrá que decantarlas como el vino, limpias de poso, de una vasija que se muestra frágil a otra que debe surgir reforzada de las manos de los alfareros. En sus manos está el acierto. O el fracaso. Hoy son otras las circunstancias, consecuencia de un largo proceso impulsado por todos, a las que hay que acomodarse.
El “uso noble del dinero”, expresión rescatada del baúl de utopías que custodia un buen amigo mío, entusiasta y orgulloso defensor de las esencias de las Cajas, podría tal vez guiar su vertiente social –la de las Cajas- de tomar vida en esta actualidad contradictoria y compleja tan capaz de soportar escándalos financieros o de resolver el anacronismo de los Montes de Piedad con nuevas etiquetas (¿se han percatado ustedes de la proliferación de los establecimientos que compran oro y de las tiendas de segunda mano… con intereses lucrativos?), como de mostrar la necesidad y utilidad de las “casas de acogida” en su función asistencial, de protección y de promoción para redimir a víctimas de la violencia de género, de enfermedades infamantes u otras finalidades…; de crear bancos de alimentos, u ONGs, por ejemplo…
Proliferan empresas que contribuyen activa y voluntariamente al mejoramiento social, (Responsabilidad Social Empresarial) que se implican en proyectos altruistas. Es el “social management” que se está forjando con éxito, practicado ya por muchas empresas que se imponen, voluntariamente, normas éticas, cuando todavía otras muchas carecen de sensibilidad para involucrarse. Probablemente, esta nueva filosofía empresarial comprometida con la erradicación de la pobreza -en su más amplio sentido- sea el cauce adecuado que canalice en nuestros días la tradicional aplicación de los beneficios de las Cajas, por su diafanidad y provecho mutuo, que se obtiene al propiciar alianzas con empresas sensibles para la implementación, desarrollo, intervención y seguimiento de los proyectos asumidos. Hasta ahora, los resultados sinérgicos obtenidos en este tipo de actuaciones son muy satisfactorios. Viviendo el presente inventamos el futuro.
Antonio Aura Ivorra.